"Si todos piensan igual, nadie piensa demasiado" Walter Lippmann
Vivimos
crispados, admitámoslo. Según la mecánica de Newton, una partícula no puede seguir una trayectoria curva a menos
que sobre ella actúe una cierta aceleración como consecuencia de la acción de
una fuerza, porque si esta no existiese, su movimiento sería rectilíneo. Y
quizá ahí se encuentre la explicación y el drama de nuestras frustraciones.
Entramos
en el milenio con tanta ansia como ingenuidad. La dorada Era de Acuario dejaba
atrás dos milenios de civilización reciente, bajo la Era de Piscis, que había
tenido el epílogo de dos guerras mundiales en apenas un siglo. Ansiosos por
elevarnos de los viejos esquemas, con las emociones aceptadas, reconocidas y
controladas, el ser humano nuevo se proyectaría rectilíneamente hacia su
libertad e independencia. Pero claro, nos faltaba perspectiva, nos sobraba
adanismo y nos dimos de bruces con la realidad del mundo. Es decir, de nosotros
mismos.
Además,
reconozcámoslo, no estábamos preparados. De los grandes descubrimientos que se
habían realizado surcando los mares, saltamos a tecnologías que o bien nos
superan o simplemente están fuera de nuestro control individual, literalmente.
Hemos pasado de los chismes de la plaza del pueblo a las fake news [1] de la
aldea global, y no tenemos capacidad analítica para procesar tanta información,
[2] ni
hemos aprendido lectura
de imágenes, para poder diferenciar la representación con lo representado
en la era digital. Estamos deficitarios de memoria ROM y sobrados de RAM. [3] Y además la segunda es volátil... Como, además, descansamos poco y alteramos el
sueño en su fase REM, [4] no colaboramos nada en mejorar nuestra
memoria. En el fondo, aceptémoslo, tenemos miedo. La infantilizada "sociedad del pánico". Estamos atrapados en la red,
dando demasiadas vueltas sobre nosotros mismos, saltando de nodo a nodo como en
las casillas de un tablero de juego, sin tener la certeza de llegar a ninguna
parte, ni saber cuándo finaliza la partida. De alguna manera intuimos esas
fuerzas que condicionan nuestras trayectorias que, de tanto curvarse, ya se nos
antojan una espiral laberíntica, pero sin el alivio de los atajos de “agujero de gusano”.
[5] Y entonces nos inquietamos y crispamos. Unos más, otros menos. Pero no dejamos de
acelerarnos, o de que nos aceleren. Unos en positivo, quizá como una huida
hacia adelante, algunos llegando al éxtasis del buenismo, otros más malamente con denuncias, acusaciones, y ya
puestos, calumnias o injurias. Demasiadas veces al taimado amparo del
anonimato. Sistemáticamente tendemos a confundir al contrincante con el
enemigo, la verdad está solo con nuestra tribu y solo nos manipulan los otros.
Como decía alguien, todos están a lo suyo, menos yo que estoy a lo mío. En
general, nos falta información veraz, contrastada y fiable, procesamos
deficientemente la que tenemos y seguimos siendo bastante indocumentados y
suficientemente infelices. [6]
Sin
embargo, y para sorpresa de nuestros antepasados si tuvieran la ocasión de
verlo, el mundo no está peor que en otras épocas. Si lo dudan, lean a Steven
Pinker. [7] Aunque pueda parecer lo contrario, y pese al
vértigo que nos provoca la indignidad del drama humano de los escenarios
bélicos, la violencia cotidiana y sus consecuencias, que nos muestran los
servicios informativos en los medios de comunicación, lo cierto es que hay
menos conflictos armados y menos víctimas mortales. Y en el terreno de la
pobreza también hay una reducción del número de los que se pueden considerar
pobres en el mundo. Lo afirma el director del Centro
Noruego para la Construcción de la Paz. [8] En 1980, el 90% de los
países estaban bajo un gobierno militar. Hoy la proporción se ha invertido: más
del 90% son democracias. Todo lo deficitarias que quieran, pero democracias.
Podríamos hablar de salud, de avances en calidad de vida, de educación, mayores
expectativas de vida, menos mortalidad infantil. Claro, también podemos hablar
de desigualdad, desequilibrios, inmigración, crueldad, de distribución de la
riqueza, abusos, refugiados, explotación, mafias, injusticias. Vamos, del
mundo. Es decir, de nosotros. Pero ya había mencionado antes que nos falta
perspectiva. Y es que nuestros cerebros están estructurados para prestar más
atención a lo negativo, a lo que represente algún peligro, que a lo positivo.
Cosas de nuestra amígdala cerebral dicen, del complejo-R, nuestro cerebro
reptiliano y sus memorias ancestrales (un mito, para algunos doctos
académicos, útil sin embargo como conjunto de técnicas para litigar que se estudia en las escuelas de práctica jurídica: la estrategia del reptil.) [9]
Hay
confrontaciones, cierto. Violentas, también. Brutales, sí. Pero nos rasgamos
demasiado pronto las vestiduras ante realidades presentes y nos falla la
memoria histórica. Denunciamos la violencia, pero salimos a romper cristales
con cualquier excusa. Descontextualizamos con excesiva e impaciente frecuencia.
Nos llegan los ecos con imágenes destacadas de los salvajes enfrentamientos
entre facciones del Islam, pero olvidamos que, sin ir más lejos, “en Europa,
las guerras de religión entre católicos y protestantes duraron casi un siglo y
medio. Los combates no acabaron (con la paz de Westfalia en 1648) hasta que
Alemania perdió una cuarta parte de su población en la guerra de los Treinta
Años.” [10] Ciento cincuenta años de enfrentamientos bélicos entre
cristianos.
La
irrupción de prácticas de guerra brutalmente efectistas e inhumanas en el
escenario internacional desarrolladas en los últimos años, particularmente por
organizaciones terroristas apoyadas y pertrechadas por los gobiernos de los
estados top de la geopolítica mundial de uno y otro signo, que aparentemente se
amparan en el derecho islámico, sin duda ha contribuido a inflamar una
ceremonia de la confusión universal, no solo entre creyentes y no creyentes,
también dentro de la comunidad musulmana.
Sorprende,
sin embargo, comprobar cómo los juristas musulmanes han proporcionado a lo
largo de la historia una literatura jurídica tan desconocida como amplia que,
al igual que el Derecho Internacional Humanitario, ha pretendido la protección
de las víctimas de los conflictos armados, acercando
la humanidad a la guerra.[11]
Infelices
e indocumentados, decíamos. También muy poco tolerantes, cuando el zapato que
nos aprieta es el nuestro. Y acríticos. Además de bastante hipócritas.
Pretendemos soplar y sorber al mismo tiempo, al ritmo de lo políticamente
correcto en cada momento. Estamos a favor y en contra de la justicia
retributiva y de la restaurativa (aunque en el sentir de algunos
especialistas no nos aclaremos demasiado bien en los conceptos), con el
victimario y la víctima (aún, cuando solo nos limitemos a organizarles minutos
de silencio a estas últimas, acompañados por música de cuerda y el eco de
aplausos baldíos), queremos la reinserción social de quienes han cometido un
delito o sufren las consecuencias de sus hábitos tóxicos, pero no queremos en
la proximidad de nuestros vecindarios ni centros penitenciarios, ni centros de
atención a drogodependencias, ni servicios sociales que incomoden nuestras
vistas del paisaje urbano.
Los
operadores, gestores de conflictos y la comunidad mediadora tampoco es ajena a
estos escenarios de crispación y confusión. Se confunde, con demasiada
frecuencia, la discrepancia y la crítica en la confrontación de ideas, con la
traición al dogma del cambio de paradigma en la consecución de la cultura de la
Paz. ¿Es qué existe alguna uniformidad para imponer estándares excluyentes que
señalen una u otra dirección de llevar a cabo una práctica determinada para la resolución
de conflictos?[12]¿Quién decide, y con qué criterios, quienes
sobran en la búsqueda de la concordia? Con mejor o peor fortuna en sus
planteamientos y proyectos, sería ingenuo desconocer que pueden concurrir
intereses contradictorios, perfectamente legítimos como en toda comunidad humana
entre sus miembros. Pero que no explica, ni puede justificar, que nos vayamos
perdiendo el respeto mutuo. Es verdad, que los lícitos intereses del bussiness chirrían en demasiadas
ocasiones con la incoherencia de franquicias y trust de la exclusividad, en
pugna por el mercado de la oferta de servicios. Algo que, además, se marida mal
con el espíritu universitario de la universalidad. Pero si la mediación
pretende tender puentes entre las partes en conflicto, sus profesionales no
deberían actuar de zapadores contribuyendo a la demolición de los que puedan
tender otros colegas de oficio. Aunque solo sea por la coherencia de predicar
con el ejemplo. Suele ser inútil intentar poner puertas al campo. Existirán
puentes, al igual que profesionales, proyectos y programas, buenos, malos,
regulares y mediopensionistas, como la vida misma. Los mejor construidos
seguirán sólidos y útiles en el tiempo. Los demás quedaran en desuso. Sin más.
La
vida, como la práctica de la Mediación, se resume bastante bien en ese juego,
que algunos dicen tiene sus ancestrales orígenes en el disco de Phaistos
descubierto en las ruinas minoicas del Palacio de Creta, y otros creen más bien
que está relacionado con los caballeros de la cruz patada (esa que lucían las
carabelas colombinas), la Orden de los Pobres Compañeros de Cristo y del Templo
de Salomón, el Juego de la Oca. En realidad, una guía
encriptada del Camino de Santiago que, como todos los caminos, es un
peregrinaje de ida y vuelta. Pero hay que saber descifrar con acierto las pistas
para llegar al final. Al auténtico. E igual que se avanzan casillas, “de oca a
oca y tiro porque me toca”, lo que no siempre es garantía de aterrizar en buen
lugar, también se puede avanzar o retroceder, “de puente a puente y tiro porque
me lleva la corriente...” [13]
Aunque
resulte paradójico, lo importante en este juego no es ganar. Como jeroglífico
encierra más de un significado y es que lo verdaderamente importante es llegar
al final. Algo que para Virginia
Burden tiene una fórmula, aplicable también a la Mediación: la cooperación.
Es decir, “la convicción de que nadie puede llegar a la meta sino llegan
todos.”
Notas.-
[2] “En un mundo
tecnológico caracterizado por la comunicación global vía Twitter de 140
caracteres (¡ahora, en versión beta para algunos elegidos, 280!), la
volatilidad de la primera plana informativa, y el inevitable conocimiento
superficial, la desconfianza (que, sin duda, algunos políticos profesionales
han propiciado igualmente) hacia la democracia representativa tradicional (¿existe
otra?) parece estar desembocando en la reivindicación de una democracia
“soufflé”, tan masivamente participativa, como inconsistente y frágil. De
escaso calado, superficial y veleta. Una democracia avatar, en la que lo
importante es pulsar compulsivamente, a golpe de "tuit", el botón del
voto constante y simple, siempre dual: si o no, blanco o negro, a favor o en
contra…, sin más preocupaciones ni requerimientos, sin matices, con debates que
no excedan los 59 segundos, reflexiones de todo a cien, y análisis de
corta-pega, sin complicaciones que nos lleven al abismo de la responsabilidad
individual.” http://alenmediagroup.blogspot.com.es/2017/10/el-mastil-de-la-bandera.html
[3] Memoria de acceso
aleatorio en nuestros dispositivos electrónicos. Random Access Memory (RAM),
que como su nombre indica, cambia constantemente su contenido. Read-Only Memory
(ROM), no es volátil como ocurre con la RAM, por lo que retiene la información
incluso cuando apagamos el dispositivo, aunque es más lenta.
[8] Mariano Aguirre, se recoge en el
artículo citado en la nota anterior. También Héctor Abad recuerda que, según el pensador austriaco Karl Popper, "la peor influencia
de muchos intelectuales (de izquierda y de derecha) era haber convencido a los
jóvenes de que estaban viviendo en un mundo moralmente malo y en una de las
peores épocas de la historia. A pesar de haber padecido la persecución nazi en
los años treinta del siglo pasado, Popper sostenía que esa afirmación sobre la
maldad del mundo occidental era una gran mentira. Para él no había habido nunca
un sistema social mejor -o menos malo, si quieren- que el consolidado en las sociedades
europeas occidentales a finales del siglo XX. Esto, decía, no asegura nada
hacia el futuro, pues no existe ninguna ley histórica del progreso".
[14] “En la mediación tenemos que
reconocer que algunas personas no llegan mucho más allá del instinto de defensa
al primer ataque explosivo. No sólo tenemos que encontrar una manera de
redirigir el golpe, tenemos que llegar a la otra parte para que aprenda a hacer
lo mismo. De lo contrario, es muy difícil llegar a un acuerdo con alguien que
sólo responde defensivamente. A veces, el trabajo del mediador es estar en el
centro y redirigir los golpes de ambas partes para que puedan aprender a hablar
unos con otros.” Jeffrey Fink está convencido que los mediadores pueden
encontrar muchas lecciones, poco convencionales, en las artes marciales. Mediación y Kung
fu. http://alenmediagroup.blogspot.com.es/2013/05/mediacion-y-kung-fu.html
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